Un libro epistolar, excelente, compuesto de 23 cartas
escritas en un lenguaje sencillo y hasta con algunos errores gramaticales, pero
con una prosa clara, amena, fluida.
Las cartas fueron escritas por la autora, Emma Reyes, a
su amigo, el intelectual Germán Arciniegas y en ellas le contaba lo que en la
memoria guardaba de su infancia y adolescencia.
Emma Reyes fue una pintora colombiana nacida en los años
20 y quién murió en 2003. Vivió la mayor parte de su vida en Francia y por eso
tal vez en su propia tierra no era muy conocida, pero su casa siempre fue un
sitio donde recibió calurosamente a diferentes compatriotas que llegaron en
busca de un futuro en Francia, principalmente artistas.
El libro impacta desde la primera carta, por la historia,
por la crudeza con que narra su difícil niñez, sus orígenes inciertos, sus
carencias tanto materiales como afectivas, una historia real que parece sacada
de la ficción, pero con un lenguaje casi infantil, como si la misma Emma niña
fuera la que contara su historia y no la Emma mujer más de cuarenta años
después.
Emma nos lleva a la Bogotá y a algunos pueblos de
Cundinamarca y en general a la sociedad colombiana de los años 20, con sus
diferencias sociales, sus disfrazados valores y su hipócrita moral, que valga
la pena aclarar, en esencia no ha cambiado mucho.Al final, la carta veintitrés nos deja con deseos de más, de conocer qué pasa después, de saber como una niña que casi literalmente no tenía nada en la vida, logró ser una mujer realizada.
Esta historia nos muestra que los verdaderos límites, las
ataduras y hasta la pobreza son las que
llevamos en la mente y que todos los obstáculos son superables.
No quiero hacer un recuento general de la historia, prefiero
invitar a que sea leída, disfrutada, analizada.