“…yo me he puesto un nombre:
SIEMPREVIVA
Propicio para que de andarse
de mucha confianza con la noche no sea que lo arrojen a uno, el cochero que
viene y para, el cochero negro de la silla colorá. Yo seguiré de frente, porque
la rumba no es como ayer, nadie la puede igualar, sabor, la rumba no es como
ayer, nadie la puede controlar. Tú enrúmbate y después derrúmbate. Echale de
todo a la olla que producirá la salsa de tu consufión. Ahora me voy, dejando un
reguero de tinta sobre este manuscrito. Hay fuego en el 23”
¡Que viva la música! - Andrés Caicedo
El año pasado en la librería
San Librario de Bogotá encontré este tesoro, un ejemplar de la primera edición
de “¡Que viva la música!”:
Dos años antes había
encontrado este otro ejemplar en francés en una pequeña librería de libros
usados, en Quito:
La primera vez que leí “¡Que
viva la música!” fue hace muchos años, con un libro prestado, no era mi primer
acercamiento a la obra de Andrés Caicedo, pero sentí que era encontrarlo en
muchos apartes de esa novela final, de ese “manifiesto”, de ese legado. Un libro escrito en la voz de una mujer, en primera persona María del Carmen Huerta narra su vida, sus angustias y sus alegrías, enmarcado en un deleite musical y una Cali de los años 70.
Un día como hoy, 4 de marzo,
hace 40 años, en esta misma ciudad desde donde hoy escribo, Andrés recibió el
primer ejemplar de su novela, publicada por el Instituto Colombiano de Cultura, un ejemplar
igual al que hoy tengo en mis manos, y ese mismo día decidió partir, hace
realidad su decisión, o tal vez su necesidad, de vencer a la muerte poniéndole
él mismo la fecha.
Pero como el nombre que en el
libro quiso ponerse María del Carmen: SIEMPREVIVA, así recordaremos a Andrés,
SIEMPREVIVO, en sus obras, en la música que escuchó, comentó y nos dio a
conocer, en las películas que vio, que criticó y en las que también llegó a
hacer, en los angelitos empantanados que recorren aún esta ciudad, en esta
“Cali-Calabozo” como la llamaba, que vivimos y sentimos los que aquí nacimos,
los que se van pero nunca lo harán del todo, los que siempre volverán; seguirá
vivo en la Calle de la Escopeta, en la Avenida Sexta, en el Oasis, en el lugar
donde el Teatro San Fernando albergó su cineclub (hoy su edificio es una de
tantas iglesias que proliferan por la ciudad), en lo que fuera el restaurante
Los Mellizos, en Pance, en Jamundí, en toda una ciudad que era la mitad de
grande de lo que es ahora, donde el Sur empezaba donde ahora es el centro, una
ciudad que olvida su pasado, que desconoce su pasado. Andrés seguirá vivo sobre
todo en quienes lo recuerdan y mantienen su legado, en su familia, en sus
amigos del Caliwood y seguirá vivo en todos aquellos a los que ha tocado con
sus escritos, no solo en Cali sino en toda Colombia y muchas partes del mundo.
Gracias Andrés!
Hoy se lanzó el primer concurso
de cuento Andrés Caicedo, para jóvenes entre 15 y 25 años en la Cinemateca de
la Tertulia, con un sentido homenaje a este escritor caleño, donde asistieron
sus hermanas, Rosario, Victoria y Pilar, varios amigos y un gran público que llenó la
cinemateca para escuchar su cuento “La Maternidad”, leído por su amigo Jaime
Acosta. También la última parte de ¡Que viva la música!, a la cual llamaba su
manifiesto, en la voz de su hermana Rosario, y la carta que escribió a la
directora de la Tertulia cuando se creó la cinemateca en marzo de 1973,
encontrada por casualidad entre un libro. Posteriormente se proyectó la
película Los Olvidados, de Luis
Buñuel, la misma que Andrés programó para el 5 de marzo de 1977 en el
Cine-club.