Mucho
se habla acerca de si es o no práctico enseñar a escribir, de si los talleres
de escritura sirven o no sirven.
El
escritor Británico Hanif Kureishi, quien dicta talleres y maestrías en
escritura en la Universidad de Kingston en Londres, aseguró que el 99.9 por
ciento de sus estudiantes “puede escribir frases, pero no contar una historia
sin causar aburrimiento”, afirmando también que esta es una habilidad que no
puede enseñarse. [1]
Esto
es compartido por muchos escritores, pero también tiene muchos opositores, yo
estoy de acuerdo con estos últimos.
Tal
vez sea cierto que hay personas más dotadas que otras para la escritura, pero
tal vez no todos los que asisten a un taller de escritura pretendan ser famosos
escritores o premios nobel. Tal vez solo buscan ese empujón que les permita
sacar aquellos pensamientos o locuras, aquellas historias que a través de
palabras desordenadas dan vueltas en su cabeza y se atascan sin poder salir. Y…
normalmente nada que nos atasque nos beneficia.
Aunque, aclaro también, el arte de escribir no puede circunscribirse a la academia, este arte es algo finalmente individual y como tal, es subjetivo. El estilo es algo personal, único, diferente y respetable.
Iniciando
este 2014 tuve la fortuna de ser admitida en el taller de escritura de
Comfandi, dictado por el escritor Julio César Londoño. Han sido diez meses de
trabajo y hoy finalizando puedo decir que a mí me ha servido, que tal vez
quienes asistimos no llegaremos a ser premios nobel, pero sí muchos llegaremos
a ser felices, a liberarnos de aquello que se nos atasca y no nos da
tranquilidad.
Fruto
del trabajo de estos diez meses es el libro que acabamos de publicar gracias a
una beca otorgada por el Ministerio de Cultura: “Al pie de la letra”.
Es
un libro donde se compilan los escritos de todos los que participamos de este
taller, abarcando diferentes géneros: cuento, ensayo, poesía, crónica, microdamaturgia,
nouvelle, anticuentos…
Aunque
me siento muy contenta, aún tengo “pánico escénico” y he preferido no releer
mis escritos publicados en el libro, pues el aprendizaje se ha vuelto en contra
y ahora me encuentro cada vez más los "errores". Termina uno convirtiéndose en su
peor crítico. Claro está que la crítica será también siempre subjetiva.
El
taller lo disfruté mucho, por el aprendizaje, por recordar los escritores
conocidos, mirándolos con una nueva perspectiva (García Márquez, Yourcenar,
Borges, Kafka …), así como el encuentro con escritores que no conocía mucho
(Bukowski, Mansfield, Talese, Cioran…), por el enriquecimiento mutuo, profesor,
monitor, compañeros, a todos y por todo: gracias.
Bien
lo ha escrito Julio César Londoño en la contraportada del libro:
“Hay
una frase de Borges que puede ser útil cuando Dios nos da la espalda. Es uno de
los versículos de Fragmentos de un
evangelio apócrifo. “Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena,
pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra en la arena”.
En
el taller trabajamos con fe de escribas románticos. Sabemos que todo se escribe
sobre el agua pero nos anima la esperanza de que un día nos sea dado un verso
digno de la memoria de la piedra”
Columna
de Julio César en El País de Cali, a propósito del taller de escritura: http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/julio-cesar-londono/taller-escritura-comfandi-3
Finalmente,
algunos se extrañan cuando les digo que tomo un taller de escritura creativa,
no se imaginan que alguien que trabaja en finanzas pueda dedicarse a escribir. Es
entonces cuando recuerdo las palabras de Ernesto Sábato, cuando a él mismo lo
confrontaban por haber dejado la física-matemática por las letras: “Son muchos
los que en medio del tumulto interior buscaron el resplandor de un paraíso
secreto. Lo mismo hicieron románticos como Novalis, endemoniados como el
ingeniero Dostoievski y tantos otros que estaban destinados finalmente al arte”.
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