Cuando habla el sentimiento, cuando las palabras salen
del corazón, es difícil evaluar literariamente una obra, o por lo menos eso me pasó
con este libro.
Todos los que somos padres nos conmovemos al saber que alguien ha perdido su hijo, es algo que naturalmente o cronológicamente no se
acepta, digo cronológicamente, porque se espera que el más joven –el hijo-
sobreviva al más viejo –el padre.
Pero muchas circunstancias de la vida pueden hacer que la
premisa cronológica se incumpla: una enfermedad, un accidente, o como en este
caso una decisión propia de una hija de dieciséis años.
Este libro es una historia conmovedora, cercana, contada
de manera sincera a modo de testimonio, pero también como una forma de catarsis y sobre todo como un homenaje a aquella niña que iluminó, en los pocos años que
transitó en este mundo, la vida de una familia y la de todo aquel que la conoció.
Dicen que hay personas que no nacieron para este mundo,
que vinieron con una misión especial y cuando dicha misión se cumple, deben
partir. Este parece ser uno de esos casos. María Alejandra García entendió tal vez que
ya había cumplido su labor y decidió partir. Pero independientemente de que su
decisión pueda considerarse respetable, el dolor y el vacío que deja en todos
aquellos que la amaron es totalmente indiscutible.
Este libro testimonial nos toca, no solo a
quienes somos padres de adolescentes sino a todo ser humano, porque todos
tenemos seres alrededor que debemos disfrutar día a día, seres a los que muchas
veces olvidamos decirles que los amamos. Somos peregrinos en este mundo,
con un pasaje de partida que no sabemos cuándo tendremos que usar.
Y si alguna observación literaria debería hacerle a “Cuando
te gustaban las cosas” es que tiene un uso excesivo de citas, que a
veces opacan la voz del autor, que es lo más valioso del libro, esa voz llena
de sentimiento y de sinceridad.
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