A solo 115Km de Cali y por una
carretera que va mejorando a raíz de las obras de infraestructura que aún se realizan,
llegamos a Buenaventura, el principal puerto de Colombia sobre el Océano
Pacífico, un lugar de gran movimiento comercial, donde se maneja la mayor parte
de la carga que entra o sale del país. (Pero lastimosamente descuidado en otros
aspectos).
Parte del territorio de
Buenaventura es continental y otra parte se encuentra en una isla, conectados
ambos por un puente vehicular. Allí
llegamos al muelle turístico hace unos meses. Dejamos el auto en el parqueadero
vigilado, que no es muy costoso y se pueden dejar los vehículos por varios
días, para luego embarcarse en las lanchas que van a los diferentes pueblos
costeros donde solo se accede por el mar.
Vista de Buenaventura
El aire costero es “espeso”,
salino, pegajoso, caliente, pero estas características van encendiendo en los
que somos del interior el deseo de descanso, de cambio de rutina y nos contagia
de la alegría, el sabor y el espíritu rumbero de los habitantes del pacífico,
en su mayoría afro descendientes.
Quien vaya a Buenaventura o a sus
pueblos aledaños, no puede dejar de saborear un buen plato típico. El viudo de
pescado, la cazuela de mariscos, el sudado de piangua, las
chancacas, las cocadas, el borojó, el chontaduro y el arrechón, son algunas de
las delicias culinarias de la región.
Partimos entonces en lancha y
luego de 30 minutos aproximadamente, arribamos a Piangüita, un pequeño
asentamiento a orillas del mar, que vive principalmente de la pesca y el
turismo.
El hospedaje es en cabañas o
pequeños hostales, no hay grandes hoteles ni nada similar, todo es muy sencillo,
autóctono, nada de lujos.
La playa es pequeña y solo
utilizable una parte del día (en la mañana y hasta entrada la tarde-noche)
pues al subir la marea, desaparece la playa. Un fenómeno natural que no en
todas las playas es tan fácil de apreciar como allí. Es así como el sitio en donde
estabas tomando el sol, media hora después de llegada la marea, le empieza a
pertenecer totalmente al mar.
Va subiendo la marea (el límite son los troncos)
Ya ha desaparecido la playa
También lo que hayas olvidado o
arrojado al agua, una botella con mensajes, una piedra, una concha que
encontraste, o la basura que lastimosamente también arrojan algunos, se los
lleva el mar. Pero a la mañana siguiente, ese mismo mar los devuelve (gracias a
esto, mi hija recuperó el zapato que se le había caído), y es por este fenómeno
también, que todo lo que los irresponsables turistas y lo que algunos
insensibles moradores del lugar arrojan al mar como si fuera un botadero,
termina a orillas de la playa cada mañana y si no se toman las medidas
necesarias, llegará el día en que se pierda el atractivo natural de las mismas
y el abandono y la inconsciencia tomen su lugar.
Piangüita está rodeado por bosques
tropicales desde donde según nos informaron se puede acceder a otros pueblos vecinos
y hay senderismo, pero por diversas razones, sobre todo de tiempo, no pudimos explorarlos.
La arena es oscura, relajante,
suave, más suave que la de las playas del Atlántico, como si sus gránulos
fueran mucho más pequeños y se deslizaran más fácilmente por las manos, por el
cuerpo. El agua también es menos salada que la del Atlántico, o por lo menos
eso fue lo que percibieron nuestros sentidos (no he hecho ninguna investigación
al respecto).
Sentarse a la luz de la luna, a
orillas del Pacífico, escucharlo, apreciarlo y sentirlo, es una experiencia muy
especial.
Vale la pena conocer nuestro
Pacífico Colombiano, pero sobre todo vale la pena que fijemos nuestros ojos en
él buscando su conservación, para mejorar su limpieza, para generar proyectos
turísticos socialmente responsables y sobre todo ecológicamente responsables.
Buena reseña, gracias por compartir
ResponderBorrarMuchas gracias Jaime.
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